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La simbiosis traductor-editor, parte 2: responsabilidad y respeto

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Hace un tiempo decidí escribir sobre la relación entre los editores y traductores en el contexto de la producción editorial, pero me di cuenta de que para hacerlo antes tenía que describir los distintos tipos de editores que suelen intervenir en el proceso, y en ello se me fue el artículo precedente. Ahora, definidos los participantes de esta relación idealmente simbiótica, puedo entrar en el meollo de la cuestión. Muchas ideas que expondré son hasta cierto punto obvias, pero de todos modos me gustaría explicitar su relación en el contexto de la producción editorial.

La simbiosis se rige por el principio de complementariedad y se basa en dos realidades: la primera, que —aunque haya algunas excepciones— la producción de textos científico-técnicos traducidos es demasiado compleja para que un solo profesional sea capaz de cuidar de todos sus aspectos y entregar un trabajo de calidad suficiente; la segunda, que los traductores y las distintas clases de editores saben algunas cosas y desconocen otras.

Por ello, este mutualismo armónico tiene un requisito: la consciencia de la propia función y de las propias capacidades, y el conocimiento de las funciones y capacidades ajenas. Este discernimiento, a su vez, tiene dos vertientes, dos consecuencias también complementarias: la responsabilidad y el respeto. La responsabilidad es la consciencia del deber de intervenir en nuestra parcela; el respeto, el deber de no intervenir en lo que no pertenece a nuestra jurisdicción. Y aunque la capacidad para establecer con exactitud cuál es nuestro terreno del que no lo es solo la da la experiencia, conviene que en la producción editorial la repartición de funciones sea lo más clara posible.

Por otra parte, habría que distinguir entre la interacción directa y la interacción mediada. En la primera, un editor modifica un texto, que pasa a manos de un segundo editor sin que nadie juzgue si el trabajo del primero se ha hecho correctamente. En la segunda, un coordinador o supervisor evalúa el trabajo del primer editor antes de pasar el texto a un segundo editor, y existe la posibilidad de que añada o elimine intervenciones, o que devuelva el texto al editor precedente para que rehaga su trabajo. El tránsito entre las fases más delicadas de la edición de una obra traducida (traducción, revisión y corrección de estilo) conviene que sean interacciones mediadas.

Interacción entre el coordinador y el traductor

Todo traductor sabe apreciar la diferencia entre un encargo que consiste en el mero envío del texto con el mensaje «Traduce esto» de un encargo en que se hacen explícitas las normas generales de traducción y las indicaciones específicas del proyecto en cuestión, que pueden abarcar muchas cosas, la primera de las cuales puede ser una excepción a las normas generales, y también la inclusión de un glosario, principios de redacción, orientación sobre el tipo de lector al que va destinada la obra, etcétera. Volviendo a nuestros conceptos de responsabilidad y respeto, es responsabilidad del coordinador informarse lo mejor posible de las particularidades de la obra en cuestión y darle al traductor todo lo necesario para que este haga su trabajo correctamente. Por otro lado, respetar al traductor obliga a no excederse en las normas y limitaciones que se ponen a su labor, porque en muchos casos el traductor sabrá más que el coordinador sobre unos u otros temas. Por ejemplo, de nada sirve hacerle explícito a un traductor médico experimentado que natural history en medicina no es equivalente a historia natural, sino a evolución natural o evolución espontánea. Una excepción a este principio de respeto la constituyen las obras en que el trabajo debe repartirse entre dos o más traductores, por lo que la inclusión de unos parámetros terminológicos se hace necesaria, para lograr la uniformidad. Suele ser útil incluir en las indicaciones de traducción de un libro todos los casos posibles en que el uso difiere de la norma. Si se trata de un libro de enfermedades infecciosas, parece sensato indicar si se dirá acarosis o acariasis, si se utlizará sistemáticamente el sufijo -osis o se dará primacía al criterio de frecuencia de uso, que en algunos casos prefiere -iasis. Por muy especialistas en oftalmología que sean los traductores de un tratado de esta materia, conviene hacer explícito si se prefiere calacio, chalación o chalazión, ya que el conocimiento de un tema no necesariamente lleva aparejado el dominio de su terminología o las variantes ortográficas más aceptadas.

Interacción entre el traductor y el revisor

Esta es una fase particularmente delicada en la elaboración de un libro, y por ello debe ser mediada por el coordinador. La situación habitual es que el traductor conozca la materia que traduce, pero solo hasta cierto punto, y que el revisor sea un especialista, lo cual daría, en principio, autoridad y responsabilidad mayores al revisor. Sin embargo, el traductor, a diferencia del revisor, es un profesional del lenguaje acostumbrado a lidiar con los problemas terminológicos más habituales, suele conocer mejor los estándares de corrección y posee conocimientos sobre el entorno comunicativo, sobre la manera en que se transmite información, y, si ha trabajado anteriormente con el cliente que le encarga la obra, está también mucho más familiarizado con las normas de estilo. Por estas razones, es fundamental que el revisor respete el trabajo del traductor y no intervenga en lo que no sean errores de concepto o de sentido. Los revisores suelen provenir de entornos científicos en que los criterios terminológicos son los que da el uso, frecuentemente sometido a la influencia del inglés. Como expertos que son, el estar completamente actualizados en la disciplina que dominan los obliga a leer principalmente en inglés, lengua de la que obtienen los conceptos crudos, que no se ven obligados a traducir, porque en su comunicación diaria no se exigen los estándares que en la edición profesional. A un cardiólogo especialista, por ejemplo, es probable que el término corazón izquierdo le parezca perfectamente aceptable, pero un traductor que ha reflexionado un poco sobre terminología y consultado el Libro Rojo probablemente preferirá cavidades izquierdas o hemicardio izquierdo. Y es que un traductor experimentado e informado tiene mucho de terminólogo y tiene presente la conveniencia de evitar la polisemia y la homonimia. Es probable, sobre todo en la revisión de los primeros capítulos de una obra, que el coordinador deba pararle los pies al revisor diciéndole: «esto sí, esto no». Hay que considerar, además, que los revisores científicos que también son expertos traductores tienden a no estar conformes con traducciones hechas por otros y que hay que hilar muy fino a la hora de establecer el grado de intervención de su revisión.

Interacción entre el traductor y el corrector

Esta es otra interacción delicada que conviene que sea mediada por un coordinador. Dependiendo del método de producción, es posible que esta interacción no sea directa, es decir, que el corrector no trabaje directamente sobre el texto traducido, sino sobre un texto traducido que puede llevar ya incorporadas revisiones de varios tipos. Sin embargo, normalmente el texto con el que el corrector trabajará es en esencia lo que el traductor ha escrito. La responsabilidad del corrector, ya sea de ortografía o de estilo, es aplicar una serie de normas que debe saber mejor que el traductor. Es esperable que un corrector se sepa casi de memoria la ortografía general, conozca la gramática española, tenga nociones de ortotipografía, esté al tanto de las convenciones (notaciones, nomenclaturas) más habituales de la especialidad que corrige y domine las normas de estilo del cliente para el que trabaja; y es su deber aplicarlas, pero he aquí una cuestión clave: salvo casos muy excepcionales, el corrector no domina el tema científico-técnico como el traductor o el revisor, por lo que debe extremar el respeto por los aspectos conceptuales y de sentido, y debe consultar con ellos qué intervenciones podrían ir en detrimento de la precisión o la claridad del texto. Como he tratado en esta entrada, muchas veces el afán de corrección excesivo perjudica la precisión o la capacidad comunicativa de un texto. Por echar mano de un ejemplo tratado recientemente, a un corrector de estilo podría no gustarle el término enfermedad renal crónica, por considerarlo inespecífico y calcado, pero si se informa debidamente quizá se dé cuenta de que es mejor no cambiarlo.

En estas líneas he intentado esbozar algunos de los principios que rigen la relación entre traductores y editores.  La complejidad de la tarea editorial exige interacción, trabajo en equipo. Para que esta interacción redunde en un trabajo de calidad, debe basarse en la complementariedad, y para que sea complementaria debe regirse por los principios de respeto y de responsabilidad, que deben tenerse siempre presentes pero que con frecuencia la prisa, enemiga de la responsabilidad, o el exceso de celo, enemigo del respeto, nos hacen olvidar.

 

Nota: Soy consciente de la enorme polisemia que entraña el término editor. Es más, es probable que, para muchos, en estas dos entradas todavía no haya hablado de quienes son los editores de un libro stricto sensu: en primer lugar, aquellos que trabajaron codo con codo con el autor original, haciéndole críticas y proponiéndole modificaciones profundas, de forma y de sentido, para sacar adelante su texto de la mejor forma; en segundo lugar, aquellos que evaluaron la propuesta del autor antes de que el libro se escribiera y lo ayudaron a bosquejar la obra; en tercer lugar, el director editorial, el que vela por la política de una institución cultural y toma las decisiones de qué se publica y cómo. Lógicamente, todos ellos son editores también, y sumamente importantes, pero en estos artículos he intentado ceñirme a los profesionales que intervienen en la producción de una obra traducida.

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